Viaje de una noche de verano


Anoche me encontré viajando en el colectivo 29 a las doce de la noche. No es que no lo haya hecho antes, pero  generalmente siempre estoy con alguien, no sola. Ayer hice el recorrido desde la esquina de mi casa en San Telmo, hasta Libertad y Lavalle.

Qué glorioso pequeño trayecto! Qué hermosa es Buenos Aires de noche!

El colectivo de noche es otro mundo, un mundo mucho mas amigable que el de dia. Se respira un aire de algarabía, de relajación, de que todo es posible. La mayoría de los que viajan están en la misma. Salen a divertirse, a encontrarse, a reventarse. El aire que se respira es otro, una gran mezcla de olores que incluye perfumes varios, cerveza, transpiración (de adrenalina, no de cansancio), chicles, desodorante, alcoholes más fuertes.  La gente habla animada. A veces el murmullo se interrumpe con otros tonos más fuertes, gritos o carcajadas. Es parte de la dinámica.

Durante el recorrido no pude evitar escuchar a una alemana que hablaba con una desconocida, estaban bastante borrachas las dos. De a poco, casi sin darme cuenta, empecé a sentir como una especie de orgullo dentro mío, orgullo de mi ciudad. Creo que muchos no lo saben, o no lo entienden bien, pero los extranjeros no vienen acá porque es barato, vienen porque la noche de Buenos Aires los vuelve locos. Y en ese momento entendí todo. Con el viento en la cara, mirando por la ventanilla del colectivo que andaba a toda velocidad; la gente dispuesta, charlando y riéndose; el calor de la noche de Buenos Aires. Era todo eso. La libertad plena. La plena libertad. La ciudad  sonriéndote. Las oportunidades listas para ser tomadas.

Las puertas abiertas para ir a jugar.

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